HIP HOP EN EL ALTO DEL CIELO
Por: Christian J. Kanahuaty*
Si algo tiene el mundo de la música es su
versatilidad. Su capacidad de hacer cosas con la magia de la lírica. Algo que
estuvo oculto en las letras de los libros de historia de pronto es revelado por
las palabras que se lanzan al aire envueltas en ritmo.
Para Los
Racionais MC´s, de Sao Paulo-Brasil, así como para los argentinos de Cuarto
Poeta y para los de Tinez, afincados en Costa Rica, el hip hop es la herramienta que denuncia la
segregación económica y las maneras en que el capitalismo ha vulnerado los valores
morales de la juventud. A veces, esta herramienta es usada
junto con la religión, como en el caso de los brasileros, o con los lenguajes
de la barriada, como ocurre en Argentina. Pero son muchas más las rutas de
expresión hiphopera.
Nacidos
en la ciudad boliviana de El Alto, Ukamau y ké exploraron en sus líricas
una vertiente más de la exclusión: el racismo.
Hacia
finales del 2003, en Bolivia se expulsó a un presidente. Por más de un mes se
paralizaron y bloquearon todas las carreteras de conexión interna y externa del
país. Fue una suerte de guerra civil. Vecinos de la ciudad de El Alto y de
otras ciudades del resto de Bolivia se enfrentaron al ejército demandando la no
exportación del gas a precios simbólicos y la convocatoria a una Asamblea
Constituyente. Las Fuerzas Armadas defendieron el supuesto Estado de derecho y
la permanencia en el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada, pero el presidente
puso su cargo a disposición del Congreso para que sea su Vicepresidente quien
asumiera la primera magistratura, entre caras de frustración y escepticismo que
rayó en cinismo. A las cinco de la tarde de ese 17 de octubre ese mismo
presidente subiría a un helicóptero para llegar a Santa Cruz de la Sierra y,
desde ahí, partir en un vuelo privado rumbo a Miami. En honor de su doble
nacionalidad (boliviana y estadounidense) reclamaría asilo político a
Washington.
Al día
siguiente, las aguas volvieron a su curso y las reformas políticas empezaron a
sucederse. Pero en las calles de la ciudad de El Alto algo había cambiado en
serio. No en vano habían perdido durante ese mes de enfrentamientos a 60
personas y los heridos sumaban 500. Fue desde el barrio que se leyó la ciudad.
No fueron los académicos ni los literatos quienes lo hicieron, aunque las novelas
no tardarían en llegar, pero escritas por personas que habían vivido el
conflicto frente al televisor… La ciudad y su dilema se convirtieron en
versos hip-hop en lengua aymara, en la voz de Abraham
Bohórquez. Luego, tras unas cuantas semanas, se tradujeron al español. Versos
para sentir la raza y la fuerza de una ciudad que prefiere estar en alto que
morir de rodillas.
Abraham
murió hace unos años en circunstancias aún desconocidas, y ha nacido, por
supuesto, el mito. Las razones del fuego han sido muchas: sus líricas en Ukamau
y ké, su trayectoria como comunicador y gestor cultural, la capacidad para
pasar de la arena de la música a los debates políticos y académicos. Decía lo
que tenía que decir frente a intelectuales de la talla del mismo Vicepresidente
de la República, Álvaro García Linera, quien ahora se rodea de la
intelectualidad europea para decir su propia verdad. Para mostrar que un
marxista-leninista también puede creer en el Estado y renunciar a lo que fue
(un guerrillero que luchó contra la dictadura y los primeros gobiernos
neoliberales), para iniciar proyectos extractivistas que necesitan de
intervención militar para desalojar a los pueblos indígenas que se reconocen
como dueños del territorio… Bohórquez estaba ahí, interpelaba y promovía la
articulación de fuerzas de resistencia.
El camino a
la política estaba marcado por su voz, pero se quedó trunco cuando murió el
cuerpo. Será entonces su otra voz, la del freestyle que
hace rimas, la que funde una nueva forma de entender la música en Bolivia. Las
bandas de rock han sido siempre intimistas, las bandas de blues son una suerte
de tributo de lo que sucede en Argentina, México o Estados Unidos y las bandas
de folclor rondan entre lo comercial y el culto insufrible por lo autóctono
como mercancía.
Cantar hip-hop a 4100 metros sobre el nivel del mar es
una cuestión de honor. Se corre un gran riesgo que se siente en los pulmones,
pero la sensación de que con cada grito, con cada palabra, se arma una nueva
constelación es insuperable. La realidad no está abajo, se construye en el
firmamento y es desde ahí que se puede observar mejor la oscuridad de las
certezas de un hombre que ha dejado de sentir.
Ukamau y ké
hablaba de todas esas cosas que importaban a las vendedoras de comida en la
calle, a los lustrabotas, a los choferes de los camiones, a los adolescentes
que iban al colegio, pero que al regreso, tenían que recoger a su padre
totalmente embriagado de la cantina de la esquina. También te hablaba como
hermano, como prójimo, como universitario que luego de terminar los cinco años
reglamentarios no tendría trabajo. Te cantaba como a ese hermano que para
evitar la burla familiar se dejaría sobreexplotar en un empleo odioso, pero que
no tendría más remedio que soportar. Hablaba de las cosas que uno pensaba y no
las decía sino solamente en la intimidad, con los amigos que no se volverían a
ver tras ingresar a los espacios laborales.
Bolivia es
un país que ha luchado contra el racismo desde diversas trincheras. No
obstante, todo ello no ha derivado en un “ser” capaz de aglutinar la identidad
nacional. Bolivia no es México ni Estados Unidos. Somos, desde la década de los
cincuenta, un pintoresco supermercado donde los países que se sienten dueños
del mundo compran a precios de regalo todo lo que necesitan.
En Bolivia,
el subdesarrollo, el empobrecimiento y la segregación han adquirido
otro matiz: la baja autoestima marca el signo de todo lo que hacemos, soñamos y
amamos. Somos un país culpable (hemos perdido todas las guerras en las que nos
hemos visto involucrados. Teniendo todo, no tenemos nada), deliramos a causa de
nuestro fatalismo geográfico (no tenemos salida al mar, estamos rodeados de
montañas y cordilleras) y nuestras maneras de relacionarnos con el prójimo
están teñidas de darwinismo social (cada boliviano que sienta que tiene una
célula de “hombre blanco” más que el que está a su lado, se siente superior);
cada región es un país, cada lengua es una barrera y cada casa es una patria.
Se desconoce a los vecinos. Se los evita y se piensa que a los indígenas y a
los campesinos hay que eliminar, explotarlos como a bestias de carga. Y si bien
esto ha cambiado en gran medida desde que tenemos un presidente indígena, en lo
cotidiano las huellas del racismo no se han borrado de las conductas de los
hombres.
Ukamau y ké
era una ruptura estética. Una forma sónica donde los golpes eran más fuertes
que puñetes de un desconocido bajo la lluvia. Te hacía sentir que el mundo
podía mejorar, que uno de verdad podía construir algo más grande que uno mismo
y que valía la pena soñar. Era una sensación epidérmica, eléctrica. Te hacía
levitar y pensar al mismo tiempo.
El fuego
siempre estaría encendido. El fuego siempre generaría más hogueras. La Paz-El
Alto, Cochabamba, Santa Cruz, siempre arderían y en ese fulgurante ambiente
sabríamos, a través del hip-hop de las
alturas, que el futuro no nos pertenecería nunca, pero que tendríamos siempre,
siempre, un mañana.
*Christian Jiménez Kanahuaty (Cochabamba,
1982). Con la editorial Correveidile publicó las novelas Invierno (2010) y Te odio (2011).
En poesía ha sido antologado en: Cambio Climático, panorama de
la joven poesía boliviana (Bolivia), Changement d’ambiance panorama de la jeune poésie bolivienne.
(Ginebra, Suiza), Tea Party I (Cinosargo,
Chile), Traductores del silencio (Perú). En crónica,
aparece en Bolivia a toda costa, crónicas de un país de
ficción (Bolivia). En cuentos consta en Intravenosa número 14 (Argentina).