CULTURA EN LAS ALTURAS
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sábado, 12 de marzo de 2016
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ARTES,
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POESÍA,
RELATO
EL ANCHANCHU EN EL TELEFÉRICO
Eran las 10 de la noche de un día domingo, cuando me apresté a tomar la línea
amarilla del teleférico en la estación Libertador o Chuqi Apu, para transportarme hasta la
estación Mirador de Ciudad Satélite o Qhana Pata, ubicada en la región de las antenas de televisión en
El Alto.
En el andén
de la línea amarilla del teleférico, construido sobre la base de una
arquitectura moderna, estaba un hombre de estatura menuda, con apariencia de
anciano indefenso y vientre abombado; llevaba en la cabeza
un sombrero plateado
de copa baja y ala ancha; vestía con un traje de telas recamadas de oro y
cocidos con hilos de plata.
“Teniendo
tanto dinero, por qué no toma un taxi o se compra un auto”, me dije, mientras
él me miraba con una sonrisa encantadora, como si quisiera conquistarme
atravesándome con una de sus flechas de cupido.
Yo
me limité a bajar la mirada y, como quien siente miedo por lo extraño y desconocido,
me sacudieron unos escalofríos como corrientes de agua helada zarandeándome todito
el cuerpo.
Cuando
aparecieron las cabinas del teleférico, un sistema de transporte aéreo por cable que recorría
en poco tiempo entre la zona sur de La Paz y la ciudad de El Alto, me metí de prisa
en una de las cabinas vacías, en procura de alejarme de ese ser tan extraño
que, desde que me vio, parecía seguirme los pasos sin perderme de vista, como un
cazador persigue a su presa acechándole hasta hacerla caer en la trampa.
Me senté en un
asiento que parecía un témpano de hielo. “Por fin estoy solo”, pensé, mirando
los nueve asientos restantes en los que los pasajeros podían viajar cómodamente
de una estación a otra. Pero luego advertí que estaba equivocado, porque antes
de que se cerrara la cabina, se apareció de súbito el extraño hombre, quien se acomodó
en el asiento que estaba junto a la puerta de acceso.
El hombre, de
piel rechoncha y cuerpo deformado, se quitó el sombrero dejando al descubierto
su cabeza enorme y calva. Como es natural, cada vez que él tendía su mirada
sobre la ciudad inundada de luces, yo aprovechaba para mirarle de pies a
cabeza. Así fue como me fijé en que tenía brazos cortos, manos velludas de mono
y dedos con garras, pero lo que más me llamó la atención fue que, por el botapie derecho de su pantalón, se le
salía una larga cola terminada en una escamosa mano, con la que podía tranquilamente
atrapar y estrangular a cualquiera.
La cabina,
suspendida a 3.600 metros sobre el nivel del mar, partió de la estación y
avanzó por encima de las casas, cerca de las nubes y en medio de un gran cañón
rodeado de impresionantes montañas, donde las calles angostas y empinadas
parecían trepar por las laderas desafiando las leyes de la gravedad.
Mientras la
cabina ganaba la distancia para llegar a la última estación, el hombre no dejaba de sonreírme con su
boca enorme y alargada como el hocico de un cerdo, dejando entrever sus dientes
blanquecinos y sus colmillos de vampiro. Yo no sabía cómo responder a sus sonrisas
ni a su rostro socarrón, que empezaron a causarme un temor en el silencio de la
cabina; peor aún, cuando noté que sus ojos, con cejas de pelos largos,
cambiaban de colores de rato en rato, según los reflejos de las luces que
llegaban desde afuera.
Durante el
trayecto no subieron más pasajeros, de modo que viajamos solos, sentados frente
a frente, sin dirigirnos la palabra, pero mirándonos de reojo, como dos
personas que comparten un mismo sitio sin saber qué decirse. A ratos, no sabía cómo disimular mi miedo ni
cómo esquivar sus miradas que parecían atravesarme como lanzas con puntas de
fuego. Yo me limitaba a girar la cabeza de un lado a otro, como los turistas
interesados por contemplar las diferentes facetas de “Ciudad Maravillosa” desde el teleférico urbano más
alto del mundo, arrastrando sus miradas desde las cumbres nevadas del
majestuoso Illimani hasta la impactante topografía de la zona sur de la Hoyada.
Antes de llegar a la
última estación de la línea amarilla, el extraño hombre se puso de cuatro en
medio de la cabina, me miró con una sonrisa encantadora y lanzó una carcajada similar
al rebuzno de un asno. Yo me asusté tanto que me levanté del asiento como
disparado por un resorte. Entonces él, al notar mi reacción y al verme con el
rostro contraído por el pánico, arañó con sus garras los cristales de la cabina
y se puso a llorar emitiendo maullidos de gato, probablemente, porque de ese
modo quería tranquilizarme o, simplemente, porque quería demostrarme que no
tenía intenciones de causarme daño alguno.
Yo
volví a sentarme, pero con un miedo que aceleró mi corazón y me puso la piel de
gallina. Cuando la cabina arribó al andén del teleférico, él se puso de pie con
la velocidad de un rayo y yo me dispuse a salir lo antes
posible, con la única idea de alejarme de su presencia, que me causaba una
sensación de terror y desconfianza.
Apenas se abrió la puerta, me puso su fría mano
sobre el hombro derecho y, presionándome la clavícula con sus afiladas garras,
me detuvo sonriente, guiñándome con su ojo tornasolado.
–No
temas –me
dijo con una voz cantarina–. Sólo quería divertirme un poco.
–¡Ajá!
–atiné a decir, al mismo tiempo que lo miraba de sesgo por encima del hombro.
Cuando dejé la cabina y encaminé mis pasos por el
andén hacia la salida del teleférico, él me siguió de cerca, hablándome con un tono
zalamero, y hasta parecía dispensarme un trato cortés con su apariencia de
anciano indefenso; al menos, eso es lo que percibí en los gestos de su rostro y
los movimientos de su cuerpo, que se tambaleaba de un lado a otro, como si
cojeara de ambas piernas.
–¿Dónde
vives? –me preguntó con una sonrisa que parecía petrificada en sus
abultados labios.
–Muy
cerquita de aquí –contesté.
Ya
afuera, bajo una luna espantada por el ladrido de los perros, él se despidió haciendo
señas con la mano y se fue por la Avenida Panorámica, hundiéndose en la noche y
dejando
huellas de cascos parecidos al de las cabras sobre el pavimento de la calle.
Yo me
endilgué rumbo a la Avenida Cívica, no muy lejos del Mercado Satélite ni muy
cerca del Hospital Holandés. Apenas entré en mi casa, le relaté a mi madre
sobre mi encuentro con el extraño hombre, con quien compartí una cabina del
teleférico. Ella me miró espantada, se persignó tres veces, escupió al piso
pronunciando mi nombre y, soplándome con su aliento, dijo:
–Ese extraño
hombre es el Anchanchu, m´hijito.
–¡¿El Anchanchu?!
–exclamé–. ¿Y quién es el Anchanchu?
–Es un ser sobrenatural, una siniestra
deidad en la cosmovisión andina, un enano maléfico que atrapa a los incautos
con sus zalamerías, falsas promesas y sonrisas a flor de labios. Es más veloz
que un zorro y más peligroso que un reptil venenoso. Lo que le falta en
estatura le sobra en malicia...
Yo la escuché atentó y, de pronto,
se me metió otra vez el miedo haciéndome erizar los vellos.
–Entonces es un ser dañino y malvado,
¿verdad?
–Así es, m`hijito
–repuso–. El Anchanchu, cuando transita por los caminos, produce fenómenos atmosféricos
y telúricos, como huracanes, remolinos de viento y tormentas que causan
estragos y arrasan pueblos enteros. Es un ser demoniaco que causa enfermedades y
epidemias a las personas que lo rehúyen con imágenes religiosas, y hasta les
provoca la muerte a quienes rechazan sus caprichos; lleva la desolación a los hogares,
destruye casas y sembradíos. Cuando elige a sus víctimas, primero les cautiva
con su sonrisa y con su actitud melosa, después les roba su espíritu o ajayu y,
al final, les arranca el corazón para satisfacer su hambre y les chupa la
sangre para saciar su sed. Nadie que se le cruce en su camino está a salvo de
sus malas intenciones. Incluso es
capaz de engañar con su astucia y sagacidad a las personas más avisadas y
precavidas.
Me quedé aterrado y, con la voz casi
temblorosa, le pregunté:
–¿Y dónde vive el Anchanchu?
Mi madre, dándose cuenta de mi
curiosidad y de mi lamentable estado de ánimo, contestó:
–Vive en las
grutas de los cerros, en las quebradas de los ríos, en las casas abandonadas y
cerca de los sitios arqueológicos como el Tiahuanaco. Aunque está acostumbrado a vivir en lugares sombríos y
solitarios, algunos dicen haberlo visto andar por las calles de El Alto,
mientras otros cuentan que,
a altas horas de la noche, lo vieron viajar en las cabinas del
teleférico, micros y colectivos, sobre todo, en los que circulan en horarios
nocturnos y en las zonas alejadas de la ciudad.
Esa misma noche, después de que me
despedí de mi madre y me metí a dormir en mi cuarto, escuché girar la manilla
de la puerta, por donde entró el Anchanchu, con el cuerpo contrahecho y la
sonrisa encantadora. Lo distinguí entre las penumbras gracias al reflejo de la
luz de la luna, que se filtraba al cuarto por la ventana de cortinas corridas.
Lo vi avanzar hacia mí, que estaba
con el cuerpo inmovilizado por alguna fuerza sobrenatural, que me tenía sujeto a
la cama de pies y manos. El Anchanchu se sentó cerca de la almohada, de modo
que podía verlo de cerca y hasta podía percibir el amargo olor de su aliento.
El Anchanchu me respiró cerca de la
cara y se apoderó de mi alma, que abandonó mi cuerpo como en el trance de una terrible pesadilla. No
obstante, todo lo que estaba sucediendo correspondía a la realidad y nada más
que a la realidad, porque no estaba dormido ni estaba soñando. Quise moverme y pedir
auxilio, pero permanecí quieto como un tronco caído. Él levantó las frazadas
con un soplo y me miró sonriéndome como lo hizo en la cabina del teleférico. Me
abrió el pecho con sus garras y me arrancó el corazón todavía palpitante y,
degustando su olor y sabor, se lo tragó a grandes bocados. Después acercó su
boca en forma de hocico hacia mi rostro y, enseñándome sus colmillos de
vampiro, me chupó la sangre de los labios, introduciéndome su lengua de oso
hormiguero en la concavidad de mi boca.
El Anchanchu, aparte de robarme el
alma, me robó también la vida. Se limpió la sangre de los labios, cerró la boca
como si ahogara un grito, se levantó y se retiró de la cama, abrió la puerta
jalándola por la manilla, salió del dormitorio como un jorobado y se alejó por
el pasillo con el silencio de un gato, hasta que desapareció detrás de la
puerta que conducía a la avenida.
Al amanecer, lo único que mi madre
vio, para su gran asombro, fue las huellas de unos pies descalzos que, más que
parecerse a los de un ser humano, se parecían a las pezuñas hendidas de una
cabra u otro animal ajeno a este mundo. Cuando
entró en mi cuarto, lo único que encontró en la cama fue manchones de sangre en
las sábanas y mi cadáver que yacía con el pecho abierto. Mi madre se estremeció
de terror, estalló en sollozos y, volteándose para salir del cuarto y pedir
auxilio, gritó con toda la fuerza de sus pulmones:
-¡¡¡El An-chan-chu!!!... ¡¡¡El
Anchanchu mató a mi hijo!!!...
martes, 29 de septiembre de 2015
NUEVA EDICIÓN DE “CONVERSACIONES CON EL TÍO DE POTOSÍ”
El libro de Víctor Montoya fue publicado recientemente por el Grupo Editorial
Kipus de Cochabamba. Según informó el autor, se trata de la segunda edición de esta
obra literaria, ya que la primera salió a luz bajo los auspicios del Gobierno
Autónomo Municipal de Potosí en 2013.
El protagonista principal de los relatos es el Tío de la mina, un ser ambivalente entre lo profano y lo sagrado, que habita
desde los tiempos de la colonia en los tenebrosos socavones del Cerro Rico de
Potosí. Es una de las deidades
mitológicas más emblemáticas de la
cosmovisión andina y un personaje fantástico del mundo minero, donde los mitos
y las leyendas se ensamblan de manera extraordinaria con las creencias y
tradición de las culturas ancestrales.
En “Conversaciones con
el Tío de Potosí” se destila una irreverencia inusual y un sentido del humor cargado de una fuerte
dosis de transgresiones éticas y morales, sin que por ello los pensamientos dejen de ser embellecidos por la
imaginación y enardecidos por el alma de quien, sin más recursos que la
honestidad y el rescate de la memoria colectiva, intenta encandilar la mente
incluso de los escépticos acostumbrados a cuestionar la cuasi verosimilitud de
las obras construidas sobre los andamios de la realidad y la fantasía.
El Tío de la mina, sentado frente a su interlocutor y
dispuesto a deleitar con la versatilidad del verbo, no deja de sorprender con
su sabiduría en cada una de las conversaciones en las que fluyen las ideas con
una enorme carga emocional, mientras la magia de la palabra permite que el Tío, quien
reúne todos los atributos de un personaje literario, aparezca retratado desde una perspectiva humana, como si de veras
fuera un individuo de carne y hueso.
En la treintena de relatos que componen el libro, donde los diálogos están hilvanados con un
lenguaje coloquial, cruzamientos narrativos, contrapuntos e intertextualidades, el lector podrá
familiarizase con las creencias y hábitos de los mineros, en los cuales destacan
el carnaval pagano-religioso, la “ch’alla” como ritual de ofrenda y
agradecimiento a la Pachamama, la divinidad que entrega los frutos de su
vientre a sus hijos terrenales, y las ceremonias de adoración al Tío por parte
de quienes, sentados alrededor de su
trono, a la usanza de los mitayos de antaño, le rinden pleitesía ofrendándole
hojas de coca, cigarrillos y aguardiente.
jueves, 17 de septiembre de 2015
ALBOR CONVOCA A PREMIO DE TEATRO
El Centro Albor Arte y Cultura celebra 18 años
de labor artística con el lanzamiento de la convocatoria del Séptimo Premio
Intercolegial de Teatro Aldo Velásquez, en su fase departamental y nacional, a
realizarse el mes de octubre.
Willy Flores, director y fundador del centro, informó que la actividad cultural está dirigida a elencos de teatro de centros educativos del ciclo de secundaria, para lo cual la convocatoria puede ser descargada del sitio www.albor-arte.blogspot.com o se puede solicitar información a los teléfonos: 2820986 – 71515900 – 76544545.
El responsable informó que pueden participar elencos de cualquier departamento de Bolivia.
La institución educativa cultural fue fundada el 17 de septiembre de 1997 en la ciudad de El Alto para fomentar el teatro.
“El proyecto comenzó como un colectivo de trovadores declamadores que pregonaban sus poemas de plaza en plaza, de calle en calle, hasta constituir una institución referente del quehacer poético y teatral”, aseguró su director y fundador. (RAF).
Fuente:
Cambio /Cultura /09/16/2015
MONTOYA EN LA VI FERIA NACIONAL DEL LIBRO EN LLALLAGUA
El escritor Víctor
Montoya estará presente en la VI Feria Nacional del Libro, en el municipio potosino de Llallagua, donde
dictará una conferencia en torno a “La literatura minera” y presentará su libro
“Conversaciones con el Tío de Potosí”, invitado por el Archivo Minero Regional
Catavi, cuya actividad, aparte de la recuperación de documentos de la empresa
Patiño Mines & Enterpreses y la Comibol, está orientada a promocionar la
cultura minera en todos sus ámbitos.
La Feria tendrá una
duración de tres días, entre el 16 y el 19 de septiembre, bajo el lema “El
libro… con ciencia y tecnología”, aunque esto no implica que todas las
actividades estarán destinadas exclusivamente a los interesados en el campo de
las ciencias y la tecnología, puesto que los responsables de la Feria dieron a
conocer que promoverán este evento cultural convencidos de que “leer es
cultivar y cultivas es crear”; una frase que involucra a todos los implicados
en fomentar el hábito de la lectura en una población donde, paradójicamente, se
carecen de librerías e instituciones dedicadas a promocionar la difusión de la
literatura local y nacional.
La VI Feria Nacional del
Libro está organizada por el Ministerio de Culturas y Turismo, el Gobierno
Autónomo Municipal, la Universidad Nacional Siglo XX, la Dirección Distrital de
Educación y la Defensoría del Pueblo-Regional Llallagua, entre otros. Asimismo,
se confirmó la participación de decenas de empresas editoriales que ofertarán
una gran variedad de propuestas bibliográficas para niños, jóvenes y adultos. Durante los tres
días de intensa actividad cultural, el público podrá participar en
conferencias, exposiciones, proyección de películas, espacio de lectura de
poesías, cuentacuentos, teatro, títeres y grupos musicales.
La conferencia y
presentación del libro de Víctor Montoya, conocido por sus libros que abordan
la temática minera, está programada para el jueves 17 de septiembre, a las 15:00
Hrs., en el Coliseo “Paulina Medrano” de Siglo XX. La responsable del Archivo
Minero Regional Catavi, Lourdes Peñaranda Morante, manifestó que las obras de
Víctor Montoya estarán a la venta en el stand del Archivo, donde el autor
firmará sus libros y conversará con los lectores.
jueves, 23 de abril de 2015
PRIMERA
RUTA TURÍSTICA DE LOS “CHOLETS”
La Alcaldía
de Alto realizará un primer recorrido turístico con la temática de la
arquitectura alteña. La propuesta incluye guías de amautas que brindarán
explicaciones sobre el significado de los colores y la simbología. Así lo
anunció el jefe de la unidad municipal de Promoción Turística, Diego del
Carpio, quien agregó que al evento solo podrá asistir un número limitado de 34
personas a las que se las llevará por el recorrido en un bus desde las 08.00
del sábado.
Del Carpio
explicó que partirán de la plaza Juana Azurduy de la zona Villa Dolores y el
recorrido concluirá a las 12.00. "Vamos a visitar infraestructuras
externas y se podrán ingresar a dos de ellas".
Dentro del
recorrido se ha contemplado visitar viviendas cerca del terreno de la nueva
terminal de buses de la urbe, en Villa Bolívar D, otra en la carretera a Viacha
o avenida Ladislao Cabrera, en el local Don Vico; otras ubicadas en la avenida
Bolivia, el edificio del Colegio de Arquitectos, museo Antonio Paredes Candia y
el mirador Virgen Blanca. "Estas infraestructuras que se visitarán,
hablamos de los “cholets”, se hallan en los distritos 1, 6, 8 y 12, y ahora
vemos que se está creando en el Distrito 4", agregó.
Asimismo,
dijo que para la explicación relacionada con los colores, arquitectura, aspectos
socioeconómicos y antropológicos se hará cargo una persona especializada en el
tema; y en lo que respecta a la simbología, un amauta dará las explicaciones a
los visitantes.
Estudio.
Para crear una ruta turística, Del Carpio aseguró que se hicieron estudios
cronológicos sobre la arquitectura en El Alto. De acuerdo con el funcionario,
los estudios efectuados se basan en las primeras edificaciones que se hicieron
en la ciudad.
"Hablamos
de una choza hecha de adobe, sobre un terreno de 300 metros cuadrados; como
ejemplo, el alteño o lugareño utilizaba un 20% del total de la tierra para
hacer una vivienda unipersonal, cocina, dormitorio, sala y el resto para
cultivar, ganadería o reunirse en familia".
Al paso de
los años, la gente decide colocar a su infraestructura una fachada de yeso,
luego un primer piso de material mezclado entre adobe y ladrillo,
posteriormente una fachada con cemento y pintura más llamativa. "Luego ya
usaban algunas iconografías, y colores provincianos, luego se pusieron de moda
los vidrios reflectantes", acotó. Por último, Del Carpio dijo que los
alteños decidieron contratar arquitectos y surgen los "cholets".
Identificaron 170 'cholets' construidos en El Alto
El jefe
municipal de Promoción Económica de El Alto, Diego del Carpio, dijo que esta
unidad logró identificar y cuantificar un total de 170 "cholets" en
la ciudad de El Alto. "De ellos el 70%, unos 120, fueron creados y
diseñados por Freddy Mamani Silvestre, uno de los precursores de esta
infraestructura", indicó.
Estas edificaciones
en su mayoría pertenecen a comerciantes que buscan vivir en una construcción
con características de un chalet, pero que no abandonan su naturaleza
comercial, pues en las plantas inferiores del inmueble instalan tiendas de todo
tipo de actividad económica.
Las
viviendas tienen entre tres y cinco plantas y en algunos casos superan esta
altura. Algunos los denominaron "arquitectura chola", porque los
colores de la vestimenta tradicional de la mujer de pollera se plasmaron en las
fachadas de las casas. La simbología andina también es un elemento preferido en
estas construcciones.
Fuente: La
Razón / Miguel Rivas / 22 de abril de 2015
miércoles, 22 de abril de 2015
X FERIA DEL LIBRO EN EL ALTO
La Alcaldía
y la Asociación de Libreros de El Alto organizan la décima Feria Internacional
del Libro, que se inicia hoy y estará abierta hasta el 25 de abril en la Ceja.
La directora edil de Cultura, Prima Quispe, explicó que la feria tendrá al
menos 50 expositores que se ubicarán detrás de las oficinas de la Central
Obrera Regional (COR). “Se presentarán varias obras de autores, no solo
nacionales, sino a nivel latinoamericano y de otros continentes”, precisó.
Quispe dijo
que se escogió este lugar por ser céntrico, pese a contar con espacios como el
Centro Municipal de Convenciones y el museo Antonio Paredes Candia. “Lo bueno
es que no vamos a perjudicar el paso y esperamos que no llueva”, sostuvo.
Fuente: La
Razón / Miguel Rivas/ 21 de abril de 2015
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