lunes, 30 de septiembre de 2013

VÍCTOR MONTOYA FUE CONDECORADO
 CON LA MEDALLA “JUANA AZURDUY DE PADILLA”

La Concejal Bertha Acapari y el escritor Víctor Montoya

En una ceremonia especial celebrada en el Teatro de Cámara de la Alcaldía Quemada de la ciudad de El Alto, este lunes 30 de septiembre, la concejal Bertha Acarapi, en representación del Honorable Concejo Municipal y en uso a sus atribuciones, le confirió la “Condecoración prócer ‘Juana Azurduy de Padilla’, con la Orden al Mérito Cultural, al Sr. Víctor Montoya, escritor y periodista cultural, por su destacada trayectoria y apoyo a la cultura de la ciudad de El Alto”.

El autor se mostró notablemente emocionado ante una vasta audiencia, que colmó el Teatro de Cámara, y agradeció a las autoridades ediles por el reconocimiento a su labor literaria y cultural, que viene desarrollando desde más de tres décadas tanto el exterior como en el interior del país.

“Desde que retorné a Bolivia y me establecí en la zona de Ciudad Satélite, me siento un alteño más”, manifestó Montoya en su exposición. “Elegí está ciudad no sólo porque es la más joven y la segunda más poblada de Bolivia, sino también porque es una ciudad revolucionaria. Aquí se marcó un hito histórico desde la Guerra del Gas, en octubre de 2003, y aquí se decidió el nuevo rumbo que debía tomar el país en provecho de la soberanía nacional, la libertad, la justicia social y la democracia participativa”.

La ciudad de El Alto, en opinión del escritor paceño, es una urbe que tiene mucho que ofrecer a Bolivia y al mundo. Cuenta con una composición demográfica atravesada por diferentes culturas e idiomas nacionales y es cuna de una juventud con ganas de visibilizar las diversas manifestaciones culturales que, debido a la falta de atención de parte de las instituciones y autoridades pertinentes, se han movido desde hace varias décadas en el silencio y la marginalidad.

Víctor Montoya, autor recientemente condecorado por el Gobierno Autónomo Municipal, en su afán de rescatar los valores literarios de la ciudad, dijo que está trabajando en la elaboración de una antología de poetas y otra de narradores alteños, con la intención de dar a conocer, en una versión completa y actualizada, la producción literaria que hasta la fecha se encuentra dispersa en diferentes medios.

Asimismo, adelantó que está escribiendo una serie de “crónicas alteñas”, motivado por la historia y la multifacética cultura de esta ciudad, que despertó su interés desde que retornó de Europa. Dicta conferencias en establecimientos educativos y dirige talleres de literatura destinados a los jóvenes creadores, quienes están intentando rescatar, por medio de la palabra escrita, el acervo de sus ancestros, los contextos socio-lingüísticos e interculturales de una ciudad compleja y contradictoria como es El alto, donde el escritor Víctor Montoya estableció su residencia desde el año 2011.

viernes, 27 de septiembre de 2013

VÍCTOR MONTOYA SERÁ CONDECORADO
 POR EL MUNICIPIO ALTEÑO


El lunes 30 de septiembre, a Hrs. 10:00 am., el escritor boliviano Víctor Montoya será distinguido por el Honorable Concejo Municipal con la Medalla “Juana Azurduy de Padilla”, con la orden al mérito cultural personal por su destacada trayectoria y su apoyo a la cultura de la ciudad de El Alto. El solemne acto, que contará con la presencia de distinguidas personalidades del ámbito cultural y político, se realizará en el Teatro de Cámara de la Alcaldía Quemada.

Víctor Montoya, quien decidió alteñizarse voluntariamente desde su retorno a Bolivia el 2011, tiene en su haber una serie de obras literarias que reflejan la realidad política y social de un país en constante superación. Su trayectoria está marcada por sus años de exilio durante las dictaduras militares y su labor al servició de las luchas revolucionarias que pugnaron por reconquistar la democracia y la libertad en el marco de un sistema social más justo para todos los bolivianos.

Entre las organizaciones que impulsaron el reconocimiento del autor, ante el Honorable Concejo Municipal del Gobierno Autónomo de El Alto, se encuentran la Central Obrera Regional, la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional, la Academia Boliviana de Literatura Infantil y Juvenil, la Asamblea Permanente de Derechos Humanos de La Paz, la Organización Internacional para el Libro Juvenil (IBBY-filial Bolivia), el Centro de Arte y Cultura ALBOR, el Círculo Literario de El Alto, la Defensoría del Pueblo y la Institución Eco Jóvenes de Bolivia.

Una condecoración reviste un enorme significado para cualquier escritor que necesita del estímulo no sólo de sus lectores, sino también del reconocimiento público de la colectividad, a la cual dedica su vida y su obra como comunicador social y trabajador de la cultura. “Me siento muy honrado de ser distinguido con la Medalla “Juana Azurduy de Padilla”, manifestó Montoya. “Se trata de una heroína nacional que, enarbolando las banderas libertarias en los campos de batalla, ofrendó su vida a la causa de los patriotas que combatieron contra la opresión colonial”, concluyó

jueves, 26 de septiembre de 2013

ALBOR CONVOCA AL PREMIO DE POESÍA 
“PLUMA DE PLATA - MATILDE CASAZOLA"


La séptima versión, es un nuevo portal de la poética  juvenil. Su éxito proyecta a los poetas a visibilizar su arte, en tiempos de cambio.

El Centro ALBOR Arte y Cultura, el Círculo Literario de El Alto en coordinación con el Ministerio de Culturas y Turismo, a través de la Dirección de Promoción Cultural, anuncian  el lanzamiento de la  Séptima versión del Premio Pluma de Plata, el concurso de poesía está dirigida a jóvenes de diferentes regiones del país.

Según los organizadores podrán participar jóvenes escritores que comprendan las edades de 15 a 28 años de edad, quienes deben escribir sus poemas con temática libre y estás podrán ser escritos también en idioma nativo.

“Es un espacio para rescatar y generar a nuevos valores. Por ello hemos previsto una convocatoria de fácil acceso, nada burocrático. Deseamos que participen la mayor cantidad de poetas jóvenes para engrandecer nuestra literatura contemporánea”, sostuvo Leticia Guarachi, Responsable del Círculo Literario de El Alto.

Se tiene previsto elegir los mejores 30 poemas para publicarlos en el libro “Pluma de Plata 2013” que será editado por el Ministerio de Culturas y Turismo, de manera que no sólo se quede en concurso, sino también se pueda plasmar las inspiraciones, en un libro como en las anteriores gestiones.

María Elena Cárdenas recordó que el evento era organizado por el Gobierno Municipal de El Alto hace 13 años atrás pero por temas coyunturales y cambio de autoridades fue dejado de lado, no obstante los jóvenes de Albor decidieron retomar esta iniciativa que tenía, desde su inicio, el propósito de promover la escritura y lectura. El 2011 se hace el relanzamiento donde tiene gran acogida por los jóvenes poetas.

La VII versión del Premio de composición poética “PLUMA DE PLATA” rinde un merecido homenaje a la escritora  chuquisaqueña Matilde Casazola Mendoza, una poetisa y compositora de canciones bolivianas que ha logrado entrelazar la poesía y la música, mostrando la tradición de su país.

MODALIDAD

La modalidad del concurso consiste en la presentación del poema con dos copias originales, que deben ser entregadas en un sobre, y en otro sobre dos fotocopias del carnet de identidad del participante más sus datos personales. Todos los requisitos deberán ser entregados hasta el 20 de octubre para el interior del país, a la casilla postal 25069 y hasta el 23 de Octubre para los participantes de las ciudades de La Paz y El Alto, en el mes de noviembre se efectuará la premiación correspondiente, cuyo ganador se hará acreedor  a la  estatuilla  “Pluma de Plata, además de diplomas y lotes de libros.

Los trabajos deben ser llevados a las oficinas de ALBOR ubicadas en la calle Constantino de Medina, ubicada en la calle 6 de la zona Villa Dolores.

Los organizadores adelantaron que el próximo 6 de octubre, en el marco de la Feria Internacional de la Cultura en Sucre, realizarán el Lanzamiento de la Convocatoria de Composición Poética “Pluma de Plata- Matilde Casazola”, en el Encuentro Literario. 

jueves, 12 de septiembre de 2013

FERNANDO ARZE ESTRENADA EN EL ALTO
“UNA COMEDIA DE ERRORES”


Teatro. “El santo y la chancha”, del escritor brasileño Ariano Suassuna, se presentará mañana a las 20.00 en el teatro Compa&nbsp

“Un brizna de aire fresco”, así define el dramaturgo boliviano Fernando Arze a El santo y la chancha del brasileño Ariano Suassuna. La puesta, resultado de una convocatoria de la Embajada de Brasil, se estrenará en el teatro Compa de El Alto.

La producción, que mañana llegará al escenario alteño, fue seleccionada por la legación diplomática brasileña con el propósito de promocionar a sus artistas. Ése es el caso de Suassuna, un reconocido novelista, poeta y dramaturgo considerado entre los más importantes en el vecino país.

“Siempre quise actuar o dirigir una de las obras de Suassuna, ya que son fantásticas. Cada una de  ellas se ambienta en un mundo mágico que permite jugar con los personajes y las situaciones más inverosímiles”, explicó Arze en una conversación con La Razón.

El dramaturgo recordó que, en su momento, los críticos cuestionaron las obras del autor brasileño, sin embargo éste respondió que sus obras se desarrollan en “otro mundo” y que le permiten hablar y cuestionar la realidad. Tal es el caso de la obra que Fernando Arze tradujo y adaptó.

La trama gira en torno a Eudoro, un hombre extremadamente avaro, quien recibió una carta de un terrateniente rico y dueño de muchas de las tierras de la zona. La misiva despertó el temor del protagonista, interpretado en esta ocasión por Luigi Antezana. -“Vendré a visitarlo para quitarle su bien más preciado”, se lee-. Entonces, Eudoro intuyó que el millonario (Bernardo Peña) planificaba robarle una chancha (alcancía) de madera donde guardaba sus ahorros, pero en realidad lo que quería el millonario era pedir la mano de su hija en matrimonio.

A partir de esta premisa se desata una serie de enredos en los que llegan a involucrarse quienes habitan en la casa de Eudoro, incluyendo su empleada (Soledad Ardaya), que busca el dinero para poder casarse, y los vecinos.

“Es una comedia de errores básica”, explicó el director. “Puede parecer algo ingenua, ya que fue escrita en 1957, pero toca y critica temas reales, entre ellos la devoción que una persona puede llegar a sentir hacia un santo (en este caso a San Antonio) y, simultáneamente, al dinero”.

El estreno de la obra será a las 20.00 de este viernes en el teatro Compa de El Alto (Ciudad Satélite). “Parte del acuerdo (con Brasil) fue tener, al menos, una función en El Alto”, precisó Fernando Arze. La próxima semana, la pieza se presentará en el teatro Modesta Sanginés de la Casa de la Cultura, los días viernes 20 y sábado 21. Las primeras funciones serán gratuitas.

Un director con perfil destacado

Con una dilatada carrera en Bolivia, Brasil y Estados Unidos, Fernando Arze es uno de los principales representantes del país. Es actor y director de teatro, cine y televisión.  En Bolivia, actuó en las películas El Atraco, Corazón de Jesús, La Cacería Del Nazi, El Ascensor y la reciente Carga Sellada que estrenará este año.

Se formó profesionalmente en la American Academy of Dramatic Arts de Nueva York y creó su propia compañía. Posteriormente, radicó en Río de Janeiro, donde armó la Companhia Teatro de Demolição y el grupo Cia Independente de Nós Mesmos y participó en varios filmes.

Fuente: La Razón / Jorge Soruco / La Paz/ 12/09/ 2013 

martes, 3 de septiembre de 2013

EL TÍO DE HOJALATA


Por Víctor Montoya

En la ciudad de El Alto, donde abunda el congestionamiento de vehículos, las basuras tiradas a su suerte, los perros callejeros y las pandillas de delincuentes, abundan también los mercados de alimentos, las casetas de comidas típicas y los thantakhatus de ropas usadas y cachivaches diversos.

En la Feria de la Zona 16 de Julio, donde pululan turistas y alteños todos los jueves y domingos, puede encontrarse desde un tornillo oxidado hasta un automóvil último modelo. Los vecinos aseveran que se trata de la Feria más grande de América Latina. Aquí se dan cita miles y miles de comerciantes informales que, hacinados en las aceras de al menos diez calles y avenidas extensas, ofrecen sus mercaderías, incluso las usadas y robadas, al mejor postor y a plena luz del día.  

Como todos los habitantes de El Alto, salí un domingo dispuesto a conocer la Feria de la cual escuché hablar desde que me establecí en Ciudad Satélite. Tomé un minibús hasta La Ceja y me bajé cerca de la carretera de la Autopista, crucé la Avenida 6 de Marzo por una pasarela que, de tanto soportar el peso de los peatones, daba la sensación de que se tambaleaba como una mecedora.

Llegar hasta la Zona 16 de Julio no fue nada fácil, tuve que avanzar abriéndome paso, casi a codazos, entre la gente que abarrotaba las calles, cargando bultos como una caravana de hormigas que iban y venían en un trajinar incesante.

En una de las calles, donde el comercio daba la sensación de ser un caldero en ebullición y los vendedores actores de un teatro de variedades, me topé con la tienda de un artesano hojalatero, en cuyas vitrinas estaban expuestas una variedad de máscaras que lucen las fraternidades folklóricas en la fastuosa Entrada del Gran Poder y la Entrada de la 16 de Julio, que se realiza cada 15 de julio, en honor a la Virgen del Carmen.

Mi curiosidad fue tan grande que, como encandilado por una luz extraña, me detuve para observar de cerca la impresionante máscara de un Achachi Moreno, que pendía de la pared a manera de muestra. Y, claro está, no dudé en entrar en la tienda para preguntar el precio de ese objeto que atrapó mi interés por su elegancia y colorido.

El dueño me atendió con amabilidad, proporcionándome el precio de varios de los objetos expuestos en las vitrinas. Al final, sólo motivado por la curiosidad, le pregunté si acaso era él quien hacía las máscaras.

–Sí –contestó.

–¡Ah! ¡Qué maravilla! –exclamé, enseñándole una alegría espontánea. Luego me atreví a preguntarle si me lo podría hacer, con el mismo material que usaba para las máscaras, la estatuilla de un Tío de la mina.

Miró la máscara del Achachi Moreno y dijo:

–Es posible. Sólo que ahora no tengo mucho tiempo, estoy con unos trabajitos que me encargaron los morenos de la Señorial. Sin embargo, en un par de semanas podría tenerlo listo.

–¡Perfecto! –acepté. Luego añadí–: No hay apuros, pero quiero estar seguro de que me lo harás. Así que te dejaré un adelanto. ¿Qué te parece?

–No hay problemas –repuso.

Recibió el billete de cincuenta bolivianos y se lo metió en el bolsillo de su chamarra salpicada de pinturas y ácidos.

–Entonces volveré en un par de semanas –dije, estrechándole la mano a tiempo de despedirme.

Él esbozó una ligera sonrisa, dio media vuelta y desapareció detrás de la puerta de su taller.

“Por fin tendré un Tío de hojalata”, me dije para mis adentros, desandando por las mismas calles y avenidas atestadas de comerciantes minoristas, automóviles y peatones.

Cuando volví a la tienda, dos semanas después, la estatuilla estaba todavía a medio camino. El hojalatero me hizo pasar a su taller para enseñarme su obra de arte, como un niño pícaro queriendo compartir su juguete prohibido con otro niño.

–Te falta muy poco para terminar –le dije, con la mirada puesta en la estatuilla que estaba sobre una mesa de trabajo, al lado de un soldador de pistola.

–Así es –contestó–, sólo falta ponerle su último detalle a este Tío travieso.

Efectivamente, le faltaba su falo tan grueso como su brazo; uno de los atributos característicos de este ser mitológico, guardián de las riquezas minerales en las entrañas de la Pachamama.

–Sólo falta que le pongas su enorme animal entre las piernas –le insinué entre chiste y chiste.

–Sí, pues –corroboró, como siguiéndome la onda–. Es tan largo y grueso que a cualquiera le da miedo.

–Es increíble cómo has sido capaz de hacer esta estatuilla –le comenté, mientras miraba sus ojos lacrimosos por el thinner y enrojecidos por el ácido muriático.

Todo esto forma parte de mi oficio. Corté la lámina de hojalata con tijeras, arrancando las formas y los tamaños que precisaba para darle forma a la cabeza, el cuerpo y las extremidades. Después el trabajo se hizo con la ayuda del compás tijera, la escuadra, los mazos, el soldador, la trancha, el yunque, la bigornia y el torno universal.

Me quedé asombrado ante su erudición, pues, como toda persona ajena a estos menesteres, pensaba que este oficio antiguo sólo servía para hacer utensilios de cocina y juguetes para niños, pero caí en la cuenta de que estaba completamente equivocado.

El oficio del hojalatero, si bien es de carácter artesanal, requiere extrema habilidad, precisión milimétrica y conocimientos; virtudes que se consiguen tras años de aprendizaje y práctica cotidiana. Con el maestro artesano aprendí que cortar la hojalata no es lo mismo que cortar una hoja de papel, pues el simple hecho de cortar, plegar, soldar y moldear finísimas láminas de hojalata con golpes exactos de mazo, es un proceso en el que se conjugan la firmeza y la exactitud del gesto manual.

Al cabo de una lección clara y concisa, me retiré del taller y avancé hasta la puerta principal, seguido por el hojalatero, quien parecía arrear con su cuerpo todo el aire de la tienda.

–Entonces volveré la próxima semana –le dije, estrechándole su mano ruda, callosa y teñida por el color negro de las finas partículas de hojalata.

Me alejé del lugar, sin dejar de imaginarme cómo sería el resultado final de la estatuilla. Tampoco podía dejar de pensar en el hojalatero, quien me confesó que desde niño aprendió este oficio en el taller de un pariente suyo. Por su forma de hablar, con los dejos propios del idioma aymara, daba la impresión de que ni siquiera terminó la escuela, pero que los años de trabajo esforzado le dieron una experiencia que no se adquiere en los libros ni en las instituciones académicas.

No cabía duda de que era un gran maestro en su oficio, con conocimientos empíricos en el manejo de la geometría y el dibujo técnico, que le permitían fabricar un sinnúmero de objetos a pedido de los miembros de las fraternidades folklóricas no sólo de La Paz, sino también de otras ciudades del interior; más todavía, me contó incluso que uno que otro turista le encargaba en exclusiva un trabajito para llevárselo a su país en calidad de souvenir.

Transcurrieron los días y, como estaba previsto, volví al taller para recoger la estatuilla del Tío, hecha de hojalata por un maestro artesano dotado de una imaginación prodigiosa y unas manos que adquirieron la destreza de moldear la hojalata con precisión de joyero.  


El Tío, con el rostro decorado con colores vivos, ojos saltones, nariz encorvada, barbilla mefistofélica y un rechoncho sapo entre sus cuernos, era una pieza digna de ser exhibida en un museo de arte.

–¡Es una maravilla! ¡Una verdadera maravilla! –le comenté, sin dejar de escrutar la estatuilla por todos sus costados.

El hojalatero no dijo nada, se limitó a sonreír y a bajar la mirada. Al fin y al cabo, el encargo estaba cumplido y el trabajo acabado.

–Aquí lo tienes –dijo, entregándomelo en las manos–, listo para ch´allarle cuando quieras.

No quedaba más que pagar por los servicios. La estatuilla se cotizó, como es lógico, en función al material y el tiempo empleado por el hojalatero, quien no admitió regateo alguno, consciente del valor que tenían sus trabajos hechos a pulso y sudor.

El precio fue lo de menos, lo importante es que este Tío, en el que el hojalatero puso todo su empeño y fantasía, como quien crea nuevos objetos, ricos en detalles atractivos que despiertan la súbita fascinación de los curiosos, estaba hecho con un material que resistiría al tiempo y la corrosión, y, como si fuera poco, llevaba la impronta de un taller de artesanías de hojalata de la Zona 16 de Julio de la ciudad de El alto.